En el corazón de las organizaciones, éste nos permite decir “chao, jefes” y darle la bienvenida a los liderazgos más horizontales.
Las organizaciones que apuestan por un cambio de esquema y comienzan a navegar en las aguas de la colaboración, a menudo se centran en la definición de metas inspiradoras o de objetivos concretos, fundamentando su avance con los distintos desafíos que este modelo de gestión propone.
Sin embargo, hay un elemento que articula lo intangible de las metas de largo plazo y las visiones institucionales con los resultados esperados desde la operación. Este elemento es el propósito, que funciona como punto medio y empuja a quiénes forman parte de una estructura colaborativa.
¿Por qué fijar un propósito?
A diferencia de la misión y visión institucional, el propósito actúa con mayor flexibilidad y varía de acuerdo a las necesidades que la comunidad detecta y desea abordar. En la práctica, su misión es cristalizar los valores, ideales y paradigmas que mueven a la organización en un determinado momento.
Un sistema de gestión colaborativo mantiene distintas comunidades que interactúan, cada una con sus propósitos, la visión de la organización. Es decir, se alimentan de las conversaciones y acciones con objeto de sumar valor al resto de participantes.
Los ciclos y sus propósitos
De hecho, los diferentes ciclos de una institución alberga diferentes propósitos. A través de ellos, se puede conservar lo medular de la organización sin perder la posibilidad de adaptación de sus focos. Por ejemplo, los propósitos que una organización considera en su etapa de expansión no son los mismos a la hora de consolidar su crecimiento.
Esta apuesta por la horizontalidad (cómo están y qué siente cada una de las personas) es un imput de suma importancia para conseguir el ansiado equilibrio entre el caos y el orden. Por ello, los propósitos deben acomodarse al momento en que se encuentran los participantes.
Por ejemplo, cuando una persona con perfil relevante en la organización sale, ésta se resiente. También durante los períodos complicados, como cuando emerge alguna crisis interna. En estos casos, el propósito debe orientarse para que “el sistema descanse” y dejar que las emociones decanten.
En cambio, en los períodos donde las comunidades están en plena ebullición creativa -llamado “tiempos de brotes”- lo ideal es potenciar la comunicación y empatía a favor del propósito común.
Para que los propósitos de la organización sean útiles, deben estar en amplio conocimiento, construcción y aceptación entre quienes forman cada núcleo. Solo con esta interrelación e interdependencia de propósitos, se podrán tejer las conversaciones para impulsar un sistema más horizontal y colaborativo y que no dependa de la mirada de un jefe, sino que potencie liderazgos sostenibles en el tiempo.
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