A continuación, les dejamos un artículo de Luis Tamayo de Ouishare Madrid, el cual fue publicado en el Magazine de Ouishare (Parte 1 y Parte 2). Póngase cómodos.
El mayor anhelo del ser humano es la libertad, y su historia está marcada por la lucha por esta libertad. En pleno siglo XXI, seguimos luchando por ella: por la libertad de ser nosotros mismos, de ser lo que cada uno queremos ser, o, mejor dicho, por la libertad de elegir la vida que queremos vivir. El derecho y la libertad de buscar la esencia de lo que somos, de desarrollar un talento, en base a unos deseos e intereses que nos hacen únicos.
Como seres sociales que somos, para ejercer esta libertad nos relacionamos con otros. Funcionamos en estructuras y sistemas donde nos regimos por unas normas básicas, unas reglas del juego aceptadas por todos y necesarias para la convivencia.
Estas estructuras, como por ejemplo las escuelas, las empresas, los estados o las ciudades, no se diseñaron para facilitar la libertad de ser uno mismo, sino para ampliarse o crecer. Como consecuencia, dentro de ellas ha predominado el control, generando jerarquías que se expresan en estructuras verticales donde se penaliza lo diferente, la iniciativa propia, la autonomía o incluso la colaboración, mediante la exaltación de la competición.
Comunidad es una palabra que está de moda. Mas, cuando la etiqueta comunidad se utiliza para tantas cosas -por eso lo de que está de moda-, se vuelve tentador hacerse la siguiente pregunta: ¿Qué es realmente una comunidad?, ¿Es lo mismo una comunidad que una red?.
Comunidad. Bajo licencia Creative Commons -CC0.
Las comunidades están principalmente basadas en los afectos y en los valores, se dan naturalmente en escalas pequeñas y de proximidad, y el modelo de gobernanza predominante es el democrático.
Las redes están basadas en la eficiencia y el alcance, permiten grandes escalas gracias a la tecnología, y el modelo de gobernanza más habitual dentro de ellas es el meritocrático.
A pesar de esta sencilla diferenciación, no siempre es fácil distinguir entre comunidad y red; menos aún, cuando las estructuras se prueban cada vez más dinámicas e híbridas -por ejemplo, en OuiShare decimos que somos una red global de comunidades locales. Y, mientras, en esta sociedad líquida (Zygmunt Bauman, 2008) en la que vivimos, la tarea de etiquetar se antoja más y más compleja e incluso, en ocasiones, inútil.
Superado el trauma de si son “galgos o podencos”, de encontrar las diferencias entre redes y comunidades, prefiero centrarme en sus puntos de unión, reflexionar sobre elementos relevantes o, mejor dicho, aprendizajes y claves importantes a la hora de diseñar y gestionar una red o comunidad.
¿Cómo se diseña y se gestiona un sistema colaborativo?
Llamaremos sistemas colaborativos (tanto en red como en comunidad) a la suma de:
- La estructura colaborativa (el “contenedor”, el “andamio”, más las “reglas del juego”); y
- El modelo colaborativo (la gestión de las relaciones, la gobernanza del sistema)
Así, a lo largo de este y mi próximo artículo, nos detendremos en diferentes aspectos fundamentales de los sistemas colaborativos. En concreto, nos centraremos en los recursos y el sistema de contribución-retribución (dentro de la estructura colaborativa) y en la cultura y la gobernanza (integradas dentro del modelo colaborativo). Evidentemente, hay más aspectos tanto de estructura como de modelo, pero estos 4 son una buena base para empezar.
(1) Los recursos; ¿Qué es lo que tenemos y qué necesitamos?
Una de las definiciones más aceptadas de comunidad o red es aquella que habla de un grupo de personas que comparten un recurso común o varios. Pero ¿qué entendemos por recurso?
Los recursos pueden ser tangibles (una herramienta tecnológica, dinero, un espacio físico o bienes materiales en general,…) o intangibles (el conocimiento, la cultura, los afectos,…). Los recursos también pueden ser privados, comunes, públicos; abiertos o cerrados. De esta combinación de recursos, y de la capacidad para reinventarlos y combinarlos, dependerá la estructura de la red así como sus posibilidades para crecer, como bien explica el modelo Pentagrowth.
En definitiva, podríamos decir que entra en la categoría de los recursos todo aquello de lo que disponemos para intentar alcanzar nuestro propósito y objetivos.
Algo tan sencillo e inocente como el compartir recursos explica una de las ventajas más destacadas de los sistemas colaborativos:
- Compartir recursos acaba desembocando en un mayor uso del recurso;
- Compartir recursos significa también una diversidad de usos, descubre nuevos usos y apunta potenciales aplicaciones.
Identificar estos recursos, los que hay y los que se necesitan, gestionar bien tanto su creación y combinación, como su uso y cuidado colectivo, es uno de los grandes retos en la creación y gestión de un sistema colaborativo.
(2) Los sistemas de contribución-retribución: ¿Para qué participa la gente?
Lo que hace que las personas participen en una red, interactuando entre ellas -y esta es la madre del cordero, porque si no hay participación/interacción, la red es una estructura muerta – son los sistemas de contribución-retribución. Llamamos contribución a las aportaciones al sistema colaborativo de sus miembros. Estas pueden venir en forma de conocimiento, contactos o, por ejemplo, recursos, y de ellas depende la supervivencia, cuidado y crecimiento de la red. Por su parte, las retribuciones con aquello que reciben los miembros por realizar sus contribuciones al sistema.
Las motivaciones intrínsecas y extrínsecas, cultivar la confianza y los sistemas de reputación (sobre todo, en las redes meritocráticas) son aspectos íntimamente ligados a los sistemas de contribución-retribución y son fundamentales a la hora de pensar en diseñar un sistema colaborativo.
(3) La cultura: ¿Cómo puede funcionar un sistema colaborativo?
A mayor cultura colaborativa, tanto en las personas como en las instituciones empeñadas, mucho más sencillo y posible será la tarea de crear un sistema colaborativo.
Estructuras y modelos están bastante limitados a la hora de generar un sistema colaborativo.
Si no hay una cultura colaborativa de base -o un proceso importante de cambio de mentalidad y de integración de nuevos hábitos de comportamiento previos que asientan las bases de una cultura colaborativa- es poco frecuente crear un sistema colaborativo eficiente.
Estamos “programados” para funcionar en estructuras jerárquicas y paternalistas. Incluso los más concienciados con los sistemas colaborativos caen sin darse cuenta en la posición de dominio o en la búsqueda del padre/líder que reafirme o que diga lo que hay que hacer. La habilidad colaborativa viene de serie, pero la tenemos atrofiada, por lo que conviene ir al gimnasio de las ideas y de la práctica para ejercitar los músculos colaborativos.
Intentar crear estructuras y modelos colaborativos en una estructura jerárquica pasa primero por cultivar una cultura colaborativa de base. Por esta razón, es recomendable empezar por esta tarea si se quiere avanzar hacia sistemas o proyectos colaborativos.
La cultura no es solamente un cimiento imprescindible. Cuando esta se consolida es también una de las grandes ventajas, ya que es también determinante para la autonomía, la agilidad y, por lo tanto, el crecimiento y el impacto del sistema. Es decir, la cultura es un elemento básico para obtener el mayor potencial de un sistema colaborativo.
Imagen by Simon Cockell
Muy ligado a la cultura están, por cierto, el cuidado y gestión de los afectos, la convivencia y las relaciones humanas. La cultura no se construye tanto en los espacios de trabajo como en los espacios sociales y de ocio. En definitiva, tampoco está mal irse de cañas de vez en cuando y dejarse de tantos workshops y networking formal.
(4) El modelo de gobernanza ¿Cómo se gestiona un sistema colaborativo?
La gobernanza es la gestión del poder (toma de decisiones), las relaciones (comunicación y resolución de conflictos) y el valor (conocimiento, reputación, oportunidades, beneficios económicos). Sin un modelo claro, sencillo y consensuado de gobernanza, un sistema colaborativo no puede sobrevivir mucho tiempo.
Un modelo de gobernanza contempla cómo se distribuye y se ejerce el poder. Se tiende a dar por hecho que las decisiones en un sistema colaborativo se toman mediante consenso o voto, pero esto no es siempre así (es un mito colaborativo). Por ejemplo, el modelo asambleario puede tener más sentido en una comunidad con una escala pequeña, pero en una red es prácticamente imposible o genera muchos atascos y conflictos, ya que la votación no es viable para todo, menos aún en asamblea. Por ese motivo, lo que predomina en una red son los sistemas meritocráticos y la distribución de tareas y funciones. Por otro lado, la gestión del poder tiene mucho que ver con los roles, responsabilidades y liderazgos de los miembros.
Un modelo de gobernanza también contempla la gestión de las relaciones, es decir, tanto la comunicación interna como la resolución de conflictos. Dos aspectos que, no obstante, no siempre se valoran como fundamentales. La cantidad de información, aprendizajes, conexiones y trabajo autónomo que se realiza en un sistema colaborativo es tan grande y complejo que hace difícil la tarea de redistribuir y visualizar esto entre los miembros de forma clara y sencilla, más aún cuando el principio base de la comunicación colaborativa es la transparencia. No, no es nada fácil conseguir que todos estén en la “misma página” y, menos aún, integrar la diversidad -es un reto importante.
Esta complicada tarea de redistribución del poder y de gestión de las relaciones no evita que se generen tensiones y conflictos (desterrando otro mito de lo colaborativo), por eso, tener mecanismos para su resolución es también vital
La gobernanza se ocupa, además, de redistribuir el valor que se captura y se genera en un sistema colaborativo entre sus miembros y el propio organismo.
Más allá de la retribución que recibe cada persona, se generan activos y valores que son comunes de la comunidad o red. Entre los más básicos está, por ejemplo, la reputación. ¿Cómo distribuir la reputación de la organización (llamémosla marca si quieren) de forma equitativa entre sus miembros? Las meritocracias generan élites y es bueno pensar en cómo compensar la reputación de las personas más “visibles” con las más “invisibles” pero que también contribuyen a su manera.
Muy ligado a la reputación está el reparto de oportunidades que surgen del común. Es muy fácil que tiendan a concentrarse en los miembros más visibles, activos y líderes, y conviene cuidar este aspecto para minimizar conflictos y ser más resistentes.
Conclusión: ¿Cómo cocinar entonces un sistema colaborativo?
Usando la metáfora culinaria, los recursos son, sin duda, los ingredientes de cualquier sistema colaborativo. La mayoría de las veces, tenemos más de los que pensamos. Si los ponemos en común, los recombinamos y transcendemos sus usos específicos y privados, nos llevaremos grandes sorpresas.
Por su parte, la cultura es la práctica de cocinar: no podemos cocinar sin saber cocinar, ni sabremos colaborar si no empezamos a colaborar.
En este símil, los sistemas de contribución-retribución instrumentalizan equivalen a nuestros deseos de cocinar, aunque ya se sabe que, más allá de tener ganas de cocinar, necesitamos saber para qué y por qué estamos haciéndolo, en este caso, para convertir la participación en una rutina.
Y, mientras, los sistemas de gobernanza son nuestras recetas, las que nos marcan las pautas para que todo fluya, para encontrar las medidas y proporciones exactas, los tiempos adecuados… recomendaciones que los buenos cocineros cambiarán y remezclarán con otras recetas, hasta encontrar el punto justo que se necesita o se desea en cada plato y ocasión.
Ahora solo nos queda, ponerlo en práctica.
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