La colaboración parte por casa, pero para generar un verdadero cambio social, debe expandirse a lo largo y ancho de la sociedad.
Valores, propósitos, visión y misión. Todos ellos son elementos -a veces inspiradores, a veces más prácticos- sobre cómo debe “comportarse” y relacionarse una empresa y organización con otras. En algunas ocasiones se expresan en acciones filantrópicas o de Responsabilidad Social Empresarial a través de las cuales las empresas canalizan sus preocupaciones y vinculaciones con el medio en el cual están insertas.
Ante esto, una estructura de gestión colaborativa tiene sus propias reglas del juego y dinámicas internas, que le permiten generar relaciones de confianza, promoción de liderazgos y mayores diálogos al interior de la organización. Sin embargo ¿Cómo se relacionan estas estructuras con su entorno?
El diferencial más importante es que, para este tipo de empresas u organizaciones, los valores están por sobre el dinero. Como tendencia, las empresas de carácter colaborativo consideran también el contexto en que están insertas, buscando cómo impactar en el entorno o el territorio en que se desarrollan. Esto se traduce en que las empresas que apuestan por el impacto en el medio, el territorio en el que se desarrolla o en la comunidad que tienen más próxima.
En general, quienes forman parte de este tipo de estructuras ya están alineados con los valores de la organización y los portan como parte de su cosmovisión. Así funciona, por ejemplo, en gran parte de las fundaciones, en donde los colaboradores no deben “convencerse” de los propósitos, sino que los encarnan y los desarrollan a través de su trabajo y en su vida diaria.
La horizontalidad, en estos casos, se manifiesta en una responsabilidad social en la que las comunidades a las que quiere impactar figuran en condiciones de igualdad y co-responsabilidad, por sobre la verticalidad propia de la ayuda y la asistencia. Los valores de la horizontalidad, el respeto y la construcción de tejido social, en algunos casos, no solo se circunscriben a la empresa, sino que permean hacia el resto de la sociedad.
Así, generar actividades como tener una fábrica que produzca materiales para otras comunidades más excluidas, destinar tiempo para organizar actividades de voluntariado corporativo o involucrarse con programas que tengan un impacto estructural, son parte de las acciones que desarrollan las organizaciones que dejaron atrás las jefaturas y las pirámides organizacionales.
Algunas destinan un porcentaje de sus utilidades en inversión directa en proyectos de impacto social que se sostengan en el mediano y largo plazo. En esta misma vía, asoma la inversión en proyectos de impacto público, como áreas comunes e infraestructura para la ciudad.
En otra línea, las empresas con estructuras de gestión colaborativa están son más receptivas, por ejemplo, a tener licencias abiertas de sus productos. Bajo la premisa de compartir el conocimiento, abonan para que el entorno pueda participar de sus avances.
La colaboración parte por casa, pero para generar un verdadero cambio social, debe expandirse a lo largo y ancho de la sociedad.
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