* El artículo original lo puedes consultar en el blog de Amalio Rey. Agradecemos a Amalio por permitirnos reproducir de manera íntegra este artículo.
El viernes pasado (9F) estuve en el Campus Norte, de la Universidad Politécnica de Cataluña, participando en el tercer Seminario sobre Ciencia de la Colaboración convocado por el proyecto Col·laboscopi del programa @Nexus24UPC, que lidera ese estupendo equipo formado por Didac Ferrer, Alex Muntada, Ginevra Marina Lazzerini, Martí Rosas y Pere Losantos. Ellos, junto a Leticia Soberón (DontKnow), Cristian Figueroa (TejeRedes) y un servidor co-organizamos la jornada, a la que asistieron unas 35 personas con perfiles diversos y muy interesantes.
Tuvimos desde gente proveniente del mundo del software, a investigadores universitarios, promotores culturales, diseñadores, facilitadores de procesos colaborativos, funcionarios de distintas administraciones, artistas, empresarios, gestores del conocimiento, urbanistas y… ¡hasta bomberos! (aquí tienes el listado completo y sus perfiles). El seminario estaba dirigido a personas interesadas en profundizar sobre las claves de los equipos colaborativos, tanto desde una lógica de investigación como de la práctica diaria.
El evento fue una práctica colaborativa en sí mismo. Cristian Figueroa dice que se dedica a “armonizar comunidades y organizaciones (…) promoviendo que las personas trabajen en red colaborativamente”, y realmente lo consiguió. Siguiendo su metodología TejeRedes, su labor de facilitación fue muy hábil para crear complicidades y un ambiente muy agradable que ayudó a aflorar la inteligencia colectiva. Basta con echarle un vistazo a las fotos del seminario para darse cuenta de que eso fue así. El tiempo se nos pasó volando.
Antes del taller pusimos en funcionamiento una plataforma que nos facilitó, amablemente, Leticia Soberón de DontKnow, en la que compartimos 4 preguntas para centrar y madurar el debate previo al encuentro. Collaboratorium, que así se llama, funcionó muy bien para gestionar la deliberación previa. Es muy recomendable para este tipo de ejercicios.
Comparto ahora un resumen de las ideas que me parecieron más interesantes y algunas reflexiones que me sugirieron los diálogos que tuvimos. Seguro que me dejo muchos temas en el tintero, pero no quiero que el post me quede demasiado largo:
1. La CO-laboración es CO-mplejidad: No es fácil encontrar el justo equilibrio entre las motivaciones individuales (incluso, egoístas) y las colectivas. Gestionar bien la tensión natural que siempre existe entre el gen individual y el social, que todos llevamos grabados, demanda una mezcla de paciencia, generosidad y sabiduría. La respuesta que damos a este equilibrio inestable depende mucho de las experiencias personales que hemos vivido en proyectos colaborativos anteriores. El balance entre los feedbacks positivos y negativos condiciona mucho la predisposición, aunque el diseño contextual también puede hacer mucho para cambiar la actitud.
2. Colaboración por defecto: La eficiencia importa también en los procesos colaborativos. Siempre que hablo de “eficiencia” no me refiero a tomar el camino más corto, sino evitar desgastes innecesarios. Eso se traduce en cuidar el foco y no dispersarse. Una vez que el propósito está definido, hay que ponerse con ello y cuidar la gestión. La mejor forma de hacerlo es integrando la colaboración, de forma natural, en los flujos ordinarios de trabajo de las personas. Eso reduce los costes de colaborar, al menos en las primeras etapas, hasta que se adquiere el hábito. Aquí tenemos un desafío de diseño apasionante, que empieza desde modificar los flujos de interacciones que reconoce formalmente la organización para que no quede más remedio que colaborar (o sea, sin Plan-B para competir), hasta concebir incentivos y refuerzos para aquellos comportamientos que son colaborativos.
3. La colaboración no es amor, sino cultura y rediseño de contextos: Digo esto porque Martí Rosas (UPC) sugirió que la colaboración es amor, y yo me mostré incómodo con esa idea. Lo sigo estando porque pienso que el amor es otra cosa. No creo que se pueda, ni se deba, hacer mucho por “el amor” en las organizaciones. Una propuesta así a mí me pone nervioso. El amor lo dejo para mi familia, amigos y relaciones íntimas. Lo que hay que hacer es crear contextos que favorezcan comportamientos, hábitos y rutinas colaborativas, y quién sabe si después la gente termina “amando” más, pero ese no es un objetivo. Leticia decía que “las personas deben venir (a las organizaciones) amadas y lloradas”, y en parte tiene razón. Puedo entender el sentido de la expresión de Martí, si la interpreto de modo laxo y metafórico, visto el amor en términos de generosidad y cultura de compartir. María Cacheda matizó el término con una aportación sugerente, muy bien acogida en el taller, hablando de “Hamor” con H para quitarle grandilocuencia a la palabra e intentando, según ella, revalorizarla desde el punto de vista de los afectos. Yo sigo pensando que desde las organizaciones no podemos intervenir ahí más que generando contextos facilitadores.
4. La importancia del CÓMO: Hablamos de la importancia del proceso, de cómo se hacen las cosas. Decía Ana Manzanedo (OuiShare) que “la gente se engancha cada vez más al CÓMO que al QUÉ”. El propósito es importante, pero hay que huir de la “tiranía de los objetivos”. Es probable que la gente empiece a estar cansada de la retórica de las misiones/visiones, y vea en el CÓMO algo más tangible y verificable.
5. Reciprocidad: El principio de “reciprocidad” es importante para que la colaboración sea posible. Si la apropiación de los resultados de la colaboración no se reparte de forma justa y equitativa, según la implicación mostrada por las partes, es fácil que se genere rechazo a colaborar. Yo mismo he tenido experiencias desagradables con personas para las que: “lo mío es mío, y lo tuyo es de los dos” . También es verdad que la reciprocidad es una función del tiempo, así que hay que ser pacientes a la hora de esperar o medir los retornos. Sentir “estrés por la reciprocidad”, algo también común en iniciativas colaborativas, tampoco es bueno.
6. La colaboración necesita diversidad, pero hasta cierto punto: La diversidad está en la base de las sinergias, y sin sinergias, la colaboración es forzada. Pero… ¿cuánta diversidad es la correcta? Hablamos de esto, tanto en Collaboratorium como en el taller, y se hizo evidente que maximizar la diversidad puede no ser una buena idea en contextos de acción, donde hay que conseguir resultados dentro de determinados plazos. En entornos de reflexión puedes admitir toda la diversidad que quieras, pero en los de acción, con expectativas de resultados, no hay que pasarse del punto óptimo, que es aquel donde los costes de forjar consensos empiezan a exceder los beneficios de disponer de perspectivas diversas: vamos a necesitar tanta diversidad (y no más) como la que podamos manejar de un modo razonablemente eficiente. Como se ve, el grado correcto de diversidad es altamente dependiente del contexto. También es verdad que, si hay un fuerte propósito compartido, es más fácil gestionar altos niveles de diversidad.
7. Rediseño de espacios híbridos: Determinados espacios incitan más a la colaboración que otros. Hay que mimar esto a la hora de crear entornos facilitadores. Pero mucho cuidado con pasarse de alegría comunitaria. Estoy muy de acuerdo con Didac (UPC) en que los espacios diáfanos no son la única solución, y que es imprescindible combinarlos con sitios aislados, que permitan la reflexión individual, sin ruidos, ni interferencias. El diseño tiene que ser híbrido, para que responda a las distintas necesidades que se dan en el proceso co-creativo.
8. Herramientas colaborativas: La actitud es más importante que las herramientas, pero éstas juegan también un papel relevante. Hace falta más conocimiento y formación en el manejo de aplicaciones colaborativas digitales, porque cuando la gente manosea las herramientas, al mismo tiempo está aprendiendo y viendo qué tipos de cosas se pueden hacer colaborando. Estas herramientas suelen funcionar bien como “troyanas”, porque una vez que la gente las prueba, si funcionan bien, se resisten a volver atrás.
9. Medir la colaboración: Uno de los objetivos del taller era reflexionar sobre cómo medir la colaboración. Aunque varios participantes han insistido en que es posible medirla, yo sigo sin verlo. Al menos si se quiere hacer con rigor. Según como lo veo, habría que medir la cantidad y calidad/intensidad de las interacciones de naturaleza colaborativa. Los proxies que algunos participantes sugirieron me parecen ambiguos. No aíslan con efectividad los comportamientos colaborativos de los que no lo son. Por ejemplo, se tiende a confundir la “colaboración” con la “participación”, que no son lo mismo. Yo puedo escribir un post para compartir con el grupo (“participo”), pero hacerlo de un modo totalmente unilateral y egoísta, sólo para que se me escuche o imponer mis ideas, y después no interaccionar con los demás en el debate y construcción colectiva de las ideas que pueden elaborarse a partir de ese post y de otras contribuciones (si no hago eso, no “colaboro”). Esto se ve claro, según nos recordó Didac, en el trillado ejemplo de “los huevos con beicon”: la gallina participa, el cerdo colabora, porque se implica y se deja la piel. Por otra parte, no se puede confundir la “colaboración” con la “comunicación”. Son dos tipos de interacciones de una intensidad diferente. Por eso, indicadores de comunicación como el número de mails, llamadas telefónicas, wasaps, intercambiados no son un proxy correcto para medir “colaboración”. Usar las encuestas tampoco es fiable. La colaboración es una categoría buenista, así que la gente tiende a dar respuestas demasiado optimistas. Incluso se autoengaña, porque todo el mundo cree que es más colaborativo de lo que realmente es. Prefiero mecanismos de observación: qué hago vs. qué digo que hago.
10. CO-laboración es CO-nfianza: Esta fue quizás la palabra más repetida en la plataforma y el taller. La confianza es clave, y está claro que para confiar hay que desaprender. Es cultura y predisposición. Las organizaciones serán incapaces de generar confianza si no son coherentes.
11. Alinear la colaboración con la estrategia: Que la colaboración esté alineada con la estrategia de la organización es determinante para su efectividad. Cuando eso ocurre, es más fácil impulsarla.
12. Co-responsabilidad y liderazgo son compatibles: Para fomentar la colaboración es importante favorecer dinámicas de co-responsabilidad. La gente se tiene que sentir responsable de lo que hace, y para eso necesita autonomía. Pero eso no significa que podamos prescindir del liderazgo. Es otro tipo de liderazgo, más facilitador y humanista.
Dejo para un segundo post, que publicaré en mi otro blog de inteligencia colectiva, el resumen del debate que tuvimos en el tema que me tocó coordinar a mí: “Colaboración a gran escala, en grupos grandes”. Nos vemos…
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