*Esta columna fue escrita por Alberto Infante, director de Fundación Avanzar y multiplicador de la metodología tejeRedes.
A menudo escuchamos comentarios del tipo “estoy esperando para sacar mi título, apenas lo termine, me voy de acá”, “la empresa es muy buena, pero yo veo que cada vez ganan más y los sueldos no suben” o “este trabajo ya no me desafía”. Hoy, la principal fuerza laboral corresponde a la generación millenial, aquella nacida entre los ‘80 y principios de los 90’. Es aquella que busca dar un giro a los tiempos, que quiere innovar y sentirse útil y realizada. Sin embargo ¿Con qué se encuentra? con organizaciones estáticas, en donde las jefaturas importan más que los liderazgos y el cómo hacer las cosas importa más que el por qué.
El resultado de este choque es poco alentador: mientras la gente crece, las organizaciones no. Las personas se desarrollan hasta un punto en el que “tocan techo” y luego parten a conseguir nuevas experiencias. Quien pierde más en esta ecuación son las empresas, que se quedan sin experiencia acumulada, no encuentran formas de mantener capital humano importante y se quiebran la cabeza pensando por qué sus colaboradores/as ya no quieren seguir ahí.
Mientras esto ocurre, surgen otras estructuras, más flexibles, como las microempresas, las empresas “B” o las start-up, que aprovechan toda esta energía para dar vida a sus proyectos ¿Cuál es su atractivo? En su mayoría, tienen como piedra angular la colaboración y una gestión más horizontal, que genera involucramiento y poder en las personas que la componen. Son espacios en donde los sueños se hacen colectivos y, con ello, el impulso para apropiarse de las ideas es mayor.
Lograr que las personas vuelvan a creer en sus compañeros/as de trabajo, horizontalizar las organizaciones y disminuir las brechas salariales pareciera una receta infalible para asentar cambios. Cambios que implicarían niveles de rotación más bajos, menos robos internos, disminuir los niveles de ausentismo y de desmotivación, pasando progresivamente al aumento de metas autoimpuestas, mejoras en la productividad y mayor beneficio global para las compañías. No obstante, esta combinación es la más dolorosa para quienes están acostumbrados a tomar el mando y dirigir, en vez de escuchar y compartir responsabilidades. Sobre esta base, muchas empresas “maquillan” a sus empresas de colaboración, lo que da una ilusión que no se concreta a la hora de enfrentar desafíos comunes. Esto genera, a la larga, más daño, dolor y, por lo tanto, ganas viscerales de salir corriendo apenas exista una mejor oportunidad laboral.
Para romper con este círculo de no-diálogo, debemos tomar una actitud radical. Es el todo o nada.
El desafío de ir hacia nuevos espacios de gestión colaborativa se deben enfrentar deteniendo la máquina y mirando fijamente lo que buscamos lograr y hacia dónde queremos ir. Debemos abandonar los Egos, para incentivar el Eros de las organizaciones, que redunde en mayor confianza y compromiso. Necesitamos realizar cambios que hagan o creen organizaciones diferentes. En tejeRedes, proponemos tres valores que nos parecen fundamentales para enfrentar este cambio. En primer lugar, tenemos que ser sociales con nuestros equipos, y propugnar la confianza y el cariño. Luego, debemos compartir nuestros conocimientos, experiencias y saberes, para que los demás apoyen a la organización. Por último, creer en la abundancia como principio de transacción, por sobre la acumulación desigual de utilidades.
Estos cambios hacen un llamado urgente para romper con lo estático y la verticalidad en la gestión, para dar cabida, en cambio, a estructuras donde las personas sean más propositivas y sus ganas de cambiar las cosas traspasen los desafíos estructurales de nuestras sociedades.
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