La estructura de una organización determinará cómo se relacionan sus colaboradores, qué conversaciones fluctúan al interior de las comunidades y cómo se toman las decisiones estratégicas y operativas para garantizar su sostenibilidad. Es un elemento clave para revisar cómo camina y qué pasos dará para seguir viva y en movimiento.
A partir de nuestra experiencia, compartimos un análisis sobre las distintas estructuras para conocer qué beneficios y problemas esconde la definición del organigrama institucional.
Estructuras jerárquicas
Dependiendo de cómo se gestionen las conversaciones, puede tomar distintas expresiones, pero siempre mantienen un elemento común: la responsabilidad recae en un solo nivel. Si bien existen algunas estructuras más distribuidas (con jefaturas intermedias, por ejemplo), este tipo de topología conserva la linealidad y unidireccionalidad de las conversaciones (que solo se distribuyen de arriba hacia abajo).
PRO: Si bien no es un pro en sí mismo, reconocemos que las personas están acostumbradas a este tipo de relaciones. A partir de esto, se acostumbran más rápido a una cultura que se asemeja a lo que conocen a partir de los espacios de formación más tradicionales, como la escuela. Además, dependiendo de la etapa de la organización, puede requerir de un mayor grado de rigidez para encauzar su trabajo, como por ejemplo, cuando se encuentra convaleciente tras una crisis importante.
CONTRA: Quienes concentran el poder concentran también las preocupaciones y las responsabilidad institucional. Esto puede generar “cuellos de botella” ante la falta de respuesta a las conversaciones que se puedan generar al interior del equipo. En la medida en que la organización crece en tamaño, este tipo de estructuras la vuelve más burocrática y lenta en la toma de decisiones estratégicas e incluso, operativas, lo que puede llevar a perder oportunidades relevantes para el desarrollo.
Estructuras colaborativas
Acá todo se basa en la distribución del poder, y, por lo tanto, de los nodos dentro del organigrama institucional. En estos casos, las conversaciones buscan evolucionar desde el diálogo constante, la confianza y la construcción de equipos con la posibilidad de gestionar sus propios liderazgos. Acá, las jefaturas tradicionales se diluyen para proyectar figuras de autoorganización.
PRO: En estos casos, las decisiones se “facilitan” a través de un rol que colabora en tejer las conversaciones necesarias para avanzar. Este tipo de estructuras se nutre desde la diversidad (ver ecosistema colaborativo). Como las discusiones se exhiben y circulan al interior de la organización, las soluciones también pueden circular con mayor facilidad y rapidez a la hora de decidir implementarlas.
CONTRA: Como cualquier proceso de desarrollo, puede generar tensión y “crujir” internos. El paso de lo individual a lo colectivo lleva consigo prácticas que no se acostumbran naturalmente al interior de las organizaciones, como compartir cargas laborales y transparentar cuentas. Esto puede incomodar y apurar la salida de quienes acostumbraban a interactuar dentro de organizaciones más jerárquicas. También, este tipo de modalidad requiere un esfuerzo constante para lograr que la información circule y que las decisiones se puedan tomar de forma colaborativa, lo que puede generar tensiones o malentendidos, por ejemplo, en situaciones de urgencia.
¡Spoiler! En la práctica, no existe blanco y negro. Incluso las organizaciones más jerárquicas pueden permitir la colaboración, como, por ejemplo, los equipos numerosos, que se nuclean en torno a su área de conocimiento. Por el contrario, las estructuras más abiertas y colaborativas se cruzan con algunos momentos de jerarquía y decisión sobre los próximos pasos.
Entremedio, existen otras propuestas que pueden ayudar a mediar, dependiendo de las personas que componen la organización, su historia y desafíos.
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