La educación está en la base del cambio. Hace falta más educación y sensibilización a todos los niveles, en la escuela, en la TV, en documentales, en campañas públicas, desde las asociaciones de consumidores y desde los medios de comunicación. Es imprescindible “pasar de la sociedad de la desinformación a la sociedad de la comprensión” y hacer ver a la ciudadanía que nuestras decisiones de consumo tienen unos impactos y que existen alternativas con impactos positivos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible reflejan esta necesidad a través de la meta 12.8 “Para 2030, velar por que las personas de todo el mundo tengan información y conocimientos pertinentes para el desarrollo sostenible y los estilos de vida en armonía con la naturaleza”.
La información también es fundamental. Una vez que tenemos la inquietud por consumir de manera sostenible, necesitamos información para poder elegir las mejores opciones. Ahora mismo la información de la que dispone el consumidor es parcial, poco comparable y a menudo sesgada. Muchos sistemas y certificaciones se han pensado desde la lógica de las empresas y los grandes clientes corporativos, pero no son útiles para guiar al consumidor. La información debe mejorar, en linea con las recomendaciones de Naciones Unidas en sus “Orientaciones para el suministro de información relativa a la sostenibilidad de los productos”. En paralelo, esperamos ver crecer otros sistemas como los de peer review o garantía ciudadana, más cercanos a la realidad de los pequeños consumidores.
Nuestra cultura del consumo dice mucho de nuestra cultura en general y hay mucho potencial en reflexionar sobre qué es lo que realmente nos importa como seres humanos, redefinir culturalmente el concepto de “éxito” y desarrollar mecanismos que lo midan en profundidad y lo comuniquen de manera sencilla.
El precio es una gran herramienta para modular las preferencias de los consumidores. Es importante explicar el verdadero coste de las cosas, y que hay muchos costes que son pagados entre todos para permitir que algunos productos sean “low cost”. Las externalidades negativas deberían integrarse en el precio de los productos para que aquellos que basan sus precios bajos en externalizar la contaminación, la precariedad laboral o los abusos financieros, estuviesen regulados y tuvieran que pagar por la reparación de sus impactos y no competir deslealmente con los sostenibles. No es natural que los productos que son buenos para la sociedad y el planeta sean más caros. Si apostamos por una economía sostenible, se podrían aplicar incentivos, subvenciones u otros mecanismos de fiscalidad positiva para evitar que las diferencias económicas recaigan sobre el consumidor final.
Pero de todas las conclusiones, quizás la más fresca y motivadora fue la recomendación de humanizar la economía, de trabajar en los principios y valores que la sustentan así como las relaciones personales que la mantienen. Para ello, una de las actividades clave es conectar más con nuestras comunidades locales. Crear una economía más humana a nivel local, en nuestros barrios, pueblos y comunidades. Tejer más relaciones humanas significativas, poner el foco en los cuidados y en la generación de comunidades resilientes. Porque desde lo local es desde donde se construye este cambio hacia una economía más humana. Una iniciativa apoyada a nivel global desde la red Wellbeing Economy Alliance que ha creado un hub para que los ciudadanos de todo el mundo podamos participar a nivel inidividual: el We All Citizens.
Por sectores, también hemos extraído conclusiones interesantes de cómo el consumo consciente va a ser clave para ir hacia un modelo más sostenible.
En la industria de la moda el principal cambio, de hecho, va a venir del consumidor, desde la reflexión sobre qué necesitamos realmente frente a las necesidades creadas artificialmente para arrastrarnos a un consumismo impulsivo y compulsivo.
“Consumir menos y mejor” se consolida como el gran mensaje.
Consumir menos, porque no necesitamos comprar tanto, porque la industria fast fashion no responde a necesidades reales y porque sus impactos negativos son enormes: consumo masivo de agua, generación de residuos que no podemos controlar, contaminación por pesticidas, emisiones de CO2 por el transporte de una industria globalizada, empleos precarios....
Y consumir mejor, porque hay opciones para elegir prendas diseñadas para durar más, sin tóxicos, con materiales que no agotan el medioambiente y se pueden circularizar. Porque hay alternativas a la compra como la segunda mano, el alquiler de prendas esporádicas, la reparación o la customización de lo que ya tenemos. Y porque hay experiencias en marcha para relanzar el sector de la confección y el calzado en España, generando empleo local de calidad.
En alimentación vimos que cuanto más informado esté el ciudadano de las realidades de su entorno, será más consciente y hará un mejor consumo. Es más fácil generar buenos hábitos desde la escuela (cocinas en los comedores escolares, meriendas saludables..), desde casa (con nuestro ejemplo) y desde el barrio (grupos de consumo, huertos urbanos..).
La información es imprescindible y urge tener sellos que identifiquen fácilmente el origen de los productos.
Vimos que hay mucha relación entre nuestro estilo de vida y nuestra forma de consumir. Una forma de vida más lenta y conectada contigo y el medioambiente permite un consumo más consciente. También se reflexionó sobre cómo la presión de los lobbies alimentarios sobre los gobiernos y la Unión Europea frenan el avance en investigación e información sobre sostenibilidad.
Una de las grandes conclusiones es que el movimiento empieza desde lo local, desde las cooperativas y los grupos de consumo porque nos permiten experimentar el cambio.
El futuro del trabajo es un tema que normalmente se mira desde la lógica interna de las organizaciones, pero no desde cómo el ciudadano consciente puede contribuir al desarrollo de organizaciones justas y sostenibles a través de su apoyo desde el consumo. La educación es clave.
En general el único modelo de gestión que conocemos y aplicamos es el del liderazgo que concentra poder y la jerarquía como forma de comunicación y control. Las relaciones sociolaborales y la distribución de los beneficios es un tema central para cambiar los modelos organizativos. Hay que reflexionar sobre cómo abrimos la distribución del poder entre la propiedad y las personas trabajadoras y cómo distribuimos de forma equitativa los beneficios y las pérdidas. Hace falta más visibilización para que tengamos referentes y existan valoraciones por parte del consumidor. Los modelos tradicionales tienden a provocar problemas de comunicación y empatía, pero se pueden abrir espacios de cuidados y diálogo entre las personas en la organización y que se conozcan para que los consumidores puedan preferirlos si están más de acuerdo con sus valores.
Los sellos y las certificaciones no son la única posibilidad para distinguir a las empresas que redistribuyen el valor. Se presentó una iniciativa muy interesante desde Mendoza (Argentina) en la que la ciudadanía valora “la empresa más querida en su ciudad”
En finanzas, aspiramos a un sistema que genere un valor compartido social, ambiental y económico. Para ello es imprescindible la educación financiera, incluso a las familias y a los niños. Y en paralelo, intensificar la educación en valores para los directivos, banqueros y políticos.
Hay que mejorar la transparencia. Vimos que es deseable que la ciudadanía se implique más en decidir dónde invertir, pero también percibimos una falta de interés por su parte en ser actor del cambio en este sector. El crowdfunding es interesante en este sentido, porque desde la microfinanciación nos permite involucrarnos y decidir qué financiar, pero no hay que olvidar la gran inversión que es la que más impacto genera.
Otras herramientas interesantes serán la banca ética, la cooperativización, el desarrollo de moneda social, bancos de tiempo y un blockchain colaborativo.
Por último, también se reflexionó sobre la necesidad de garantizar unos mínimos de subsistencia para los colectivos más desfavorecidos.
En el sector de la energía y los recursos se incidió en muchos de los temas que ya se han mencionado. Necesitamos imperiosamente reducir nuestro nivel de consumo por lo que es clave minimizar lo que consumimos. En el ámbito de la energía podemos utilizar el autoconsumo como manera de generar nuestra energía. Es necesario explicar el verdadero coste de las cosas y ayudar a las personas a saber cómo reducir su huella ecológica para que puedan mejorar su “desempeño ambiental”. Necesitamos una redefinición cultural del éxito, que nos lleve a buscar valores intrínsecos en vez de extrínsecos y trabajar en la “disciplina positiva”, que nos ayude a desarrollar hábitos que trasciendan nuestro confort inmediato.